Los que prometen el paraíso sin demostrar nada son los que te llevan al infierno, como hizo la serpiente con Adán y Eva. Si alguien te ofrece el paraíso sin condiciones, ahí es donde se encuentra el verdadero, como Dios ofreció a los primeros habitantes de la Tierra. Escucha al que te ofrece el paraíso, te lo deja disfrutar, y no al que te promete.
Muchas promesas son las que nos hacen en la vida. De que todo va a mejorar, de que todo cambio es para mejor, de que con determinada persona uno va a estar mejor. La mayoría de las veces queda en una promesa. No me refiero solamente a cuestiones políticas, sino más bien a lo sentimental, a lo afectivo. Decidí comparar con Adán y Eva porque el diablo les prometió sabiduría, que ellos nunca pudieron ver ni poseer, pero creyeron en su promesa. Así les fue, rompieron lo único que Dios les había pedido que no hicieran.
De esta forma desecharon el paraíso que Dios no les prometió, sino que les dio y les permitió disfrutar. Ese espacio, el Eden, solo para ellos y los animales, donde estaban libres de todo mal. Eligieron la promesa, porque quizá era más ambiciosa y creían que les haría mejor. No es así.
En la vida tenemos que elegir entre un paraíso que se percibe y una promesa aún mejor, pero que no es tan segura. A veces una persona nos promete lo mejor, nosotros la elegimos y después nos decepcionamos. El paraíso no se muestra como el Eden, sino en lo que la otra persona puede dar, en lo que hace y dice por nosotros, en las acciones concretas. Ahí se observa quién de verdad te puede ofrecer el paraíso.
Es difícil para los seres humanos rechazar una propuesta ambiciosa, aún más que el paraíso, pero muchas veces lo mejor es ver las acciones que hacen otros por nosotros y no priorizar lo que otros prometen y que quedan en eso, simples promesas vanas. Cuesta, pero vale la pena.
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