Cuando nos
quedamos en la comodidad de la ignorancia, nos perdemos del fantástico mundo
que nos abre la duda, la incertidumbre y la aceptación de nuestra pequeñez en
el saber. Creemos saber, hasta darnos cuenta de todo lo que ignoramos, a partir
de la duda.
El saber o el ignorar. Me encanta, personalmente, pensar en lo que no puedo pensar, porque no tengo información. Pensar en la cantidad de idiomas que existen y lo poco que sé. En la cantidad de pintores y escultores que dejaron su huella en un óleo o una escultura y que no conozco.
Como dijo Sócrates, la única certeza es no saber nada, todo lo que desconocemos. Quizá haya gente que se sienta impotente o que haga alarde de lo mucho que sabe. Es cierto, hay gente con mucha cultura, que sabe más que otras, pero nunca llega a saber todo. Decir que se sabe mucho no es solamente falta de humildad, sino falta de saber. Para saber, la premisa básica es saber que no se sabe. Es así.
¡Qué increíble el mundo! Tan amplio y tan variado que nos permite descubrir cosas nuevas en cada punta por donde se lo mire. Aún más increíble es la gente que lo habita, con la que uno se puede comunicar y que aporta a aumentar aún más la diversidad de lo que no conocemos.
Es bueno aceptar la propia ignorancia. Algo se sabe, pero nunca se llega a abarcar todo. Si alguien quiere buscar la verdadera sabiduría, que empiece por la ignorancia. La duda es el punto de partida para interesarse en lo que se ignora. De esa forma se va a interesar en conocer lo desconocido y, de a poco, volverse más y más inteligente.
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