Cuando John Lennon tenía 5 años, le preguntó a su madre: - Mamá, ¿cual es la moraleja de la vida? Y su madre le respondió: - Sé feliz. Otro día en la escuela, la maestra de John Lennon le dio una tarea que le preguntaba qué quería ser cuando fuera grande, y John Lennon dijo que quería ser feliz. Al día siguiente, la maestra dijo: - Usted no entiende la tarea. Y John Lennon dijo: - Y usted no entiende la vida.
La familia de Lennon, en este caso su mamá, le enseñó que el objetivo de la vida es ser feliz. Lo que los familiares, y particularmente los padres te inculcan, es palabra mayor y nadie la puede cambiar. Así comienza la educación, una planta no puede seguir creciendo si cambia sus raíces. El fin de la vida es ser feliz, haciendo lo que a uno le gusta, compartirlo con gente que lo hagan sentir bien a uno.
Cuando la maestra manda el deber a los chicos, y la pregunta va dirigida hacia el futuro, lo que uno quiere ser cuando sea grande, John respondió con todo lo que había aprendido. Comprendió que le preguntaron sobre ser, y no qué quería hacer en su futuro. No es que no supo entender la pregunta, sino que la intención de respuesta de la profesora era muy superficial.
Sin dudarlo, el niño le respondió que no entendía la vida. ¿Quién la entiende en realidad? Él, por lo menos, se planteó un objetivo, tan simple y tan complejo a la vez, que es ser feliz. Ese es su horizonte, el motivo de su vida. Es lo que quería ser en el futuro. Es una meta brillante, que podríamos todos buscar. ¿Si no que buscamos? Ganar más plata o más prestigio no parece muy decoroso. Buscar la felicidad por medios propios es el fin de la vida, para la autorrealización
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